Sayat Nova

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País: URSS

Año: 1968

Duración: 80 minutos

Director: Sergei Parajanov

Elenco: Sofiko Chiaureli, Melkon Aleksanyan, Vilen Galstyan, Giorgi Gegechkori

Género: Drama

Una de las obras más decepcionantes que he tenido el frustante placer de presenciar. La obra pretende, en una brillante premisa artística, retratar la vida y obra del poeta armenio a través de su realidad interior y su propio pensamiento. Sin embargo, el vehículo llevado a cabo ha frustrado la consolidación fílmica de lo que podría haber sido una gran obra. En la obra no existe ningún movimiento de cámara, solo encuadres fijos (la mayoría planos escena) detallados por una estilizada composición pictórica. No existe un hilo argumental claro (tan solo el paso del tiempo) ni una narrativa esquematizada desgranada, prácticamente inexistente. Todo ello son los hechos objetivos de los cuales se podría haber sacado el mayor partido.

Pese a esta gran premisa, advierto una falta de talento cinematográfico evidente en la obra por parte de este cineasta, incapaz de plasmar con naturalidad y lirismo no forzado la realidad interior de un artista.
El problema de la obra radica en varios aspectos: uno es la composición de cada encuadre, a nivel cromático es notable pero tanta expresiva como conceptualmente carece de naturalidad y lirismo, apreciándose tan solo (sobre todo desde el segundo tercio de la obra) amaneramiento, artificiosidad exageradamente forzada, pedantería, monotonía y ridiculez. Parece deducirse que el cineasta se ve obligado a recurrir a lo estrafalario para crear poesía ignota, hecho que desvela la incapacidad de reproducir en imágenes la evocación metafórica del estado interior del poeta a través de sus bellas reflexiones, representando por consiguiente su existencia y producción artística.
El segundo problema estriba en la inconsistencia lírica y dramática de la composición y en que el conjunto no se hilvana con naturalidad, sino que se desequilibra, tropieza incoscientemente debido a su inconsistencia. Este error sintáctico condena a la obra afraguar inexorablemente.

Sin embargo, uno de los aspectos más detestables es la amanerada, cargante, extremadamente ridícula, pedante y pretenciosa puesta en escena así como la lamentable interpretación dirigida con una mano torpe. El hecho de realizar movimientos mecánicos con una lentitud etérea mientras observan fijamente la cámara no provoca que la contundencia lírica o la revelación teofánica sea superior, sino más bien el efecto contrario.
No me sirve el subterfugio de que dichos movimientos y miradas son la llave que expresa el estado interior o la reminiscencias evocadas, la única forma de revelarlo.
Las alegorías visuales de la obra abundan, pero no están bien conjugadas y expresadas. Cabe añadir que sí existen algunas realmente bellas como el cruce de miradas por comentar una; pero la mayoría pecan de absurdas y monótonas, no por el motivo conceptual (que es sincero y denso) sino por la forma. Si a través de la composición pictórica se quiere expresar una idea surrealista o un estado interior, ésta no es la mejor estructura. La magnífica introducción es la única parte de la obra donde se palpa esa cadencia, esa unión lírica.

Redundando en la excepción, algunos pasajes son realmente bellos de composición interna lírica y de estética intachable, pero por desgracia se ahogan en un mar mal contenido y caótico.

El magnífico John Cassavetes, prisma central del Cine Independiente por antonomasia, dijo: «Como artista, siento que debemos probar muchas cosas… pero sobre todo tenemos que atrevernos a equivocarnos», frase que manifiesta la libertad creativa en la creación artística como inspiración de crear nuevos caminos expresivos, con el riesgo (que se debe correr) que conlleva. Como consecuencia de este arriesgado ejercicio, Parajanov ha errado en su afán de trasladar esta maravillosa concepción y no ha trazado ningún estilo a apreciar.

Como recalqué, uno de los problemas capitales es la falta de coherencia. No me refiero ni a la narrativa ni a la visual (mucho menos del raccord), sino a la inexistencia de una arquitectura interna que sostiene a la obra, que la vertebra, un alma que penetra dentro de ella y que debe penetrar en tu mente y reposar mientras conversa contigo, una organicidad que fluye cadente como un arroyo. Esa percepción intrínseca y mística de la obra la realiza el espectador con la mente (abierta siempre) y el corazón, pero si esa cadencia no discurre y no establece un diálogo con él (aunque sea críptico, ya que ese no es el problema) la obra pierde su autenticidad y validez, queda estéril, vana, impotente. Parajanov erra en su concepción cinematográfica, donde el movimiento muere por inanición, la emoción sucumbe ante lo irrisorio y se corrrompe.

Todo ello no es óbice para matizar la vasta imaginación del cineasta para componer cada plano, lástima que se aproveche tan mal en una puesta de cuadro tan mal enfocada. Ni en los movimientos y gestos (la antítesis de la cadencia, lo contrapuesto al lirismo gestual de Melville) ni en los silencios (prácticamente en toda la obra, una blasfemia compararlo con los cineastas que previamente cité) ni en la composición se extrae cadencia o revelación pictórica y lírica. Solo en el sonido si se aprecia cierta plenitud, pero como un náufrago en una isla, exhala ecos sin recibir respuesta.

Por ello es una obra pretenciosa, pedante, artificiosa, a ratos grotesca, ocasionalmente trascendental ( la trascendencia no radica exclusivamente en el concepto sino en la forma); donde algunos versos sueltos del poema alzan la voz pero se afligen con el pesar de una lírica extraviada.

Una gran pena, lo que podía haber sido una de las grandes obras de la historia se queda como un experimento fallido y monocorde.

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