Roberto Rossellini

Stromboli, tierra de Dios

stromboli_terra_di_dio-223304649-large

País: Italia

Año: 1950

Duración: 100 minutos

Director: Roberto Rossellini

Elenco: Ingrid Bergman, Mario Vitale, Renzo Cesana

Género: Drama

Se consideraba de imperiosa necesidad el hecho de realizar una crítica a una obra que perteneciera al Neorrealismo Italiano, uno de los movimientos cinematográficos más fructíferos e influyentes en la Historia del séptimo arte que cambió el rumbo del mismo, movimiento cuya influencia se extendió a escala mundial y que espero dedicar en una próxima entrada un merecido reconocimiento.

Esta obra fue polémica el día de su estreno, principalmente en EEUU debido a que Ingrid Bergman mantuvo una relación con Roberto Rossellini durante el rodaje, que se tradujo en  y el nacimiento de una hija antes de divorciarse con su anterior marido y un posterior matrimonio con Rossellini. De hecho, la crítica Norteamericana vapuleó esta película cegados por los prejuicios o los intereses (económicos) de aunar el desprecio que compartía una parte de la sociedad con el fin de no ser señalados. Por suerte, esta obra constituye una de las grandes obras del Neorrealismo y el Cine mundial.

Stromboli es una obra desoladora que escarba en la condición humana a través de una mujer oprimida por su entorno y sus habitantes. Relata con lucidez las relaciones del hombre con la naturaleza y corrobora la influencia del medio sobre el ser. Una mujer abocada a la infelicidad en un entorno hostil, anquilosado, destructivo y deshumanizado, igual que gran parte de su población y las relaciones que entablan; infelicidad que se refleja en una angustia existencial que tiende a desbordarse. Una profunda metáfora existencialista desgarrada y profunda de insuperable lirismo y crudeza, un desesperado canto a la voluntad de poder y a la libertad como medios de autorrealización humana, vehículo último para alcanzar la felicidad. La cámara es partícipe en cada presio instante, como en la actividad económica del pueblo, la pesca y bien recoge como testimonio Rosellini, siendo una escena esclarecedora de la influencia del Neorrealismo y de hecho movimiento que se adscribe la obra. Ingrid Bergman desata pasión y compromiso con un personaje desgarrador cuyo destino sucumbe inevitablemente a la infelicidad, traspasando de una cárcel (el campo de refugiados) a otra (la isla). Ese soplo de vitalidad, creatividad y falta de prejuicios característicos de la protagonista choca inevitablemente con el entorno y la sociedad que lo pobla. Intenta como medio claudicante adaptarse, pero esa adaptación se convierte en imposible, pues la aliena, la desprende de toda esperanza ante una sociedad cainita y prejuiciosa, violenta y deshumanizada, intransigente y desoladora. Un pueblo asentado por medio de una arquitectura endeble y primitiva, tal como es su psicología y su forma de vida, a merced ambos del entorno, entorno represor representado por la voracidad de un volcán cuyo ardor no cesa y amenaza con estallar. Como cuestión se puede extraer de esta condición: ¿El entorno condiciona las relaciones sociales de los individuos así como su existencia individual, o es que el entorno es el mero reflejo de la propia sociedad tanto de sus relaciones sociales como de su actividad económica?

Cabe destacar la magnífica dirección de Rossellini, que sabe aunar en la composición del encuadre una acertada puesta en escena así como una dominación de la luz y la sombra y de la textura; consiguiendo encuadres de verdadero lirismo que se hilvana con delicadeza a los demás creando un poema cinematográfico que rezuma cadencia. Como pilar fundamental del Neorrealismo se aprecia la práctica ausencia de decorado artificial y la total y permanente filmación en escenarios naturales, así como la interpretación de actores no profesionales; y la forma de narrar visualmente la obra, a través de la propia circunstancia y no de la acción en sí, con lo que constituye una obra/parábola/alegoría existencialista magnífica. Destaco el magnífico trabajo de la fotografía que es capaz de moldear encuadres de impecable factura, con muchísimo rigor y fuerza visual aderezada con un lirismo inaudito, de delicada textura. La capacidad de configurar con tanta delicadeza el encuadre permite que la atmósfera que envuelve a la obra adentre en nuestro ser. Obra con gran madurez dramática, donde la coherencia psicológica y la intensidad emocional confluyen para crear un conjunto intachable. Por desgracia, a mi parecer excede Rosellini en el uso de la música con el fin de reforzar el lirismo y la carga dramática de la obra, pero que es innecesario ya que per se el conjunto de los encuadres trasmite lo pretendido con muchísima precisión y vigor, y por ello se hace redundante el uso de un recargo emocional extradiegético.

 

Grandísima obra, un clásico moderno fundamental, lírico y apasionante perteneciente a una de las corrientes más prodigiosas que ha otorgado el séptimo arte.

 

9

4.5_estrellas